8 de mayo de 2013

¡Esto no es publicidad musical!


Guitar Drag (2000) Christian Marclay

Publicado en el Cultura/s de La Vanguardia

A mediados de los años sesenta la música pop confluye con las imágenes en movimiento para ampliar su afán propagandístico. Su consecuencia es la consolidación del vídeo musical televisivo como fenómeno hegemónico para publicitarla, más allá de la radio. Pero es en otro contexto, el artístico, donde emergen una serie de problemáticas que atañen al valor estético e ideológico de la representación audiovisual del pop-rock. Las obras expuestas en la muestra This Is Not A Love Song plantean algunas de estas cuestiones.

Música Visual

Música e imágenes en movimiento han ido ligados desde los inicios del cinematógrafo. Representar la percepción visual y auditiva del ser humano mediante dispositivos tecnológicos ha sido una de las búsquedas más insistentes en la creación del siglo XX. Durante la etapa muda de la historia del cine, las interpretaciones musicales en directo eran habituales. La ausencia de diálogos sincrónicos o voces en off que relataran los conflictos de los personajes quedaba subsanada por el acompañamiento de composiciones musicales durante la proyección. Antes de que las películas habladas –los talkies de los años treinta– mermaran aportaciones específicamente cinematográficas logradas por realizadores formalistas, la experimentación musical y la investigación sonora eran campos inherentes a la práctica fílmica.

Es en las obras cinematográficas de vanguardia donde se hallan las conjunciones más precisas entre audiovisual y música popular, por el hecho de elaborar dialécticas entre la plasticidad de las imágenes y la armonía de los sonidos. El término Música Visual designa toda una corriente de animación abstracta representada por cineastas como el alemán Oskar Fischinger, quien unifica composiciones pictóricas geométricas con temas musicales de origen clásico. Sus poemas ópticos hallan cadencias temporales cuyos recursos dinámicos han inspirado innumerables vídeos musicales posteriores. Esa búsqueda incesante de combinaciones auditivas y visuales influye directamente muchas de las aportaciones del cine experimental norteamericano de los años sesenta. Es ahí donde deben explorarse las conexiones con la representación audiovisual de la música actual. Teóricos como William Moritz han señalado, persistentemente, el vínculo entre la Música Visual norteamericana representada por cineastas como los hermanos Whitney o Jordan Belson, y los vídeos musicales de la década de los años ochenta, omnipresentes con la irrupción fulgurante de la MTV.

Pero para buscar el origen específico del videoclip hay que acudir a los Beatles de la etapa psicodélica. Ante las dificultades para asisitir a los platós de los habituales magazines del momento –Top Of The Pops o Ready Steady Go!-– para interpretar sus nuevas canciones, los cuatro de Liverpool deciden producir y protagonizar piezas audiovisuales que puedan emitirse por las cadenas televisivas de medio mundo. Es precisamente el padre del videoarte, el coreano Nam June Paik, quien recicla una documentación del los fab four para desmitificar su imagen, distorsionando tanto sus figuras como sus interpretaciones. Beatles Electroniques (1966-77) reutiliza un registro videográfico del grupo británico para transformar la señal del tubo de rayos catódicos, proponiendo un cúmulo de texturas electrónicas articuladas como feedbacks continuos. Se deja de lado el componente publicitario para desviarse hacia las consideraciones pictóricas de la pantalla televisiva. La iconografía pop queda tergiversada por una actitud descarada, que es una de las señas de identidad del videoarte primerizo.

La dimensión psicodélica de la música pop viene marcada por un movimiento contracultural posicionado entre dos ejes principales: un rechazo a los rígidos convencionalismos de la sociedad y un deseo por expandir la consciencia personal. En 1967 los titubeos alucinógenos, las músicas envolventes y los espectáculos multimedia favorecen una nueva dimensión cognitiva de percepciones visuales insólitas que en el ámbito fílmico se vincula al Expanded Cinema. Es en la ciudad de Nueva York –entre las paredes plateadas de la Factory de Andy Warhol–, donde la multiplicación de estímulos sensoriales alcanza su máxima expresión. Multiproyecciones de Screen Tests, pases de diapositivas, luces estroboscópicas y danzas extáticas de Edie Sedgwick se fusionan durante el directo ensordecedor de la Velvet Underground. Ronald Nameth lo documenta en un filme experimental titulado Exploding Plastic Inevitable (1967), que acelera o ralentiza las velocidades de filmación para expandir y contraer el tiempo. Es una respuesta cinemática a un evento prácticamente hipnagógico, pautado por la música ruidosa, perversamente ensoñadora, de Lou Reed y compañía.

Pop My Religion

Con su interminable serie de retratos filmados entre 1964 y 1966, el adalid del Pop Art, Andy Warhol, mitifica el rostro humano hasta alcanzar connotaciones religiosas. Los Screen Tests son más de cuatrocientas bobinas, de poco más de tres minutos, que ensalzan personalidades del mundo de la cultura como Marcel Duchamp, Allen Ginsberg o Nico. Estas pruebas de pantalla son retratos temporales de estética fotográfica, en plano fijo y sin sonido, que desvelan una condición espectral, inevitablemente fantasmagórica.

La identificación con la estrella del rock por parte del adolescente es una de las consecuencias ante la crisis de la Iglesia tras la Segunda Guerra Mundial. Es también el punto de partida para que el artista multidisciplinario Dan Graham articule un discurso ensayístico titulado Rock My Religion (1982-1984). Jim Morrisson, Patti Smith o Henry Rollins son algunos de los protagonistas de un documental reflexivo que conjetura la existencia del Rock –y del Punk– como refugio espiritual. Dan Graham compone un altar de elucubraciones para afirmar que los clubs de rock son iglesias, santuarios en contra del estancamiento del mundo adulto. Rock, juventud y mirada queer son tres de los pilares sobre los que se asienta Scorpio Rising (1963) de Kenneth Anger: un homenaje ecléctico a la motocicleta, Marlon Brando, la homosexualidad, los símbolos nazi, la figura de jesucristo y canciones imperecederas como Blue Velvet de Bobby Vinton o Hit The Road Jack de Ray Charles. Anger es, junto a Bruce Conner, uno de lo cineastas más influyentes para la consolidación del vídeo musical como producto cultural. Sus filmes sugieren una estética pop elaborada audazmente desde underground –Kenneth Anger colaborará con Mick Jagger y Bruce Conner lo hará con Brian Eno y David Byrne.

En la realización televisiva en directo existe un territorio común que consiste en la búsqueda, por parte del cantante de turno, de la cámara que registra la señal durante su actuación. Esa mirada al objetivo busca una complicidad con el espectador que es, finalmente, un potencial consumidor. En el espacio galerístico o museístico también es habitual presenciar el cuerpo del videoartista dirigiéndose al espectador, a través de un monitor o una pantalla. Son creadores que registran el devenir temporal de sus presencias físicas, entre apreciaciones intelectuales relacionadas con la desmaterialización del arte. Rosalind E. Krauss visualizó algunos de estos aspectos en un escrito paradigmático titulado El vídeo: la estética del narcisismo (1976). Theme Song (1973) de Vitto Acconci y Baldessari Sing LeWitt (1972) de John Baldessari son vídeos de baja definción en los que recitan monólogos autoreflexivos situados entre la parodia y la crítica; tanto del circuito del arte como de la industria musical. Son piezas que demuestran la capacidad del arte conceptual para romper las fronteras entre el Arte y los discursos teóricos que lo sustentan. Dan lugar a una reformulación de su definición, un cuestionamiento de sus códigos que desemboca en una postura ensimismada, a menudo tautológica-, arte sobre Arte.

Ruido reciclado

Guitar Drag (2000) de Christian Marclay es una de las obras audiovisuales que mejor captura el fenómeno del ruido en el ámbito videoartístico. A lo largo de catorce minutos, este reconocido artista sonoro documenta una acción que consiste en arrastar una guitarra eléctrica atada, por una cuerda, a un camión en movimiento. El sonido amplificado de la Fender Stratocaster emite zumbidos disonantes y frecuencias estruendosas a medida que las cuerdas y la madera del objeto se van deteriorando, progresivamente, por el violento contacto con el asfalto. Lastimando la herramienta principal del mundo del Rock, Marclay invoca tanto el espíritu Fluxus representado en los destrozos practicados a pianos de cola, como las actuaciones incendiarias de Jimi Hendrix. Producir sonidos aleatorios mediante la destrucción de instrumentos musicales, es una práctica sonora improvisada que Philip Corner ya reclama a principios de los años sesenta, en defensa de la indeterminación, ante los desarrollos previsibles del serialismo integral de Anton Webern.

En el videoclip Close (To The Edit) (1984), que el realizador Zbig Rybczynski realiza para el grupo de rock experimental The Art Of Noise, se arremete contra instrumentos clásicos, mediante sierras mecánicas. Diversos planos de esta misma herramienta talando árboles, son el elemento más significativo del vídeo Timber (1997) de Hexstatic para Coldcut. En este montaje vertiginoso registrado en la selva amazónica, el audio se compone de sonidos pertenecientes a los propios fragmentos videográficos. El proceso de reciclaje defiende la ecología audiovisual, denunciando, simultáneamente, la deforestación del planeta. No existe ningún rastro publicitario en esta pieza electrónica, sino todo lo contrario: hay un compromiso ideológico con el medio ambiente propuesto con una estética rompedora. Aquí la música emerge de las imágenes, lo que se oye es lo que se ve.

Apropiarse de materiales visuales ajenos para proponer nuevos usos estéticos e ideológicos, es uno de los recursos más evidentes en la videocreación actual. Found Footage o Scratch Video son términos que designan tendencias creativas situadas alrededor del (des)montaje. Con la llegada de las herramientas digitales y la accesibilidad de Internet estas estrategias se multiplican exponencialmente. La descontextualización de fragmentos audiovisuales pertenecientes al mundo del pop se observa en piezas artísticas como Fiorucci Made Me Hardcore (1999) o Crash!!! (2008). Con el primero Mark Leckey ofrece un recorrido por las diferentes escenas musicales británicas (del Northern Soul al Acid House), centrado en los bailes de los clubs nocturnos. Se visualiza una mirada nostálgica a un pasado reciente, ensalzado con temas musicales emblemáticos, transformados en texturas ambientales atemporales. Javier Largen distorsiona gradualmente unos pocos planos de actuaciones de estrellas del rock como Pete Townshend, hasta hacerlas completamente abstractas. La dimensión auditiva de este trabajo responde al proceso de desfiguración, añadiendo estructuras repetitivas, espirales minimalistas pertenecientes a una composición de Steve Reich.

Canciones expuestas

Con la exposición This Is Not A Love Song se dibuja un recorrido híbrido por el cúmulo de influencias mutuas acontecido entre las artes visuales y la música pop. Para hacerlo se toma en consideración el punto de vista de cineastas experimentales, videocreadores y artistas visuales. Videoinstalaciones, vídeos monocanal y vídeos musicales ofrecen una amplia perspectiva del fenómeno audiovisual en relación al imaginario de la música pop-rock. Comisariada por Javier Panera, la muestra utiliza el título de una canción de Public Image Ltd. –el grupo del que fuera cantante de los Sex Pistols, Johnny Rotten– para vertebrar una selección heterogénea de piezas que ponen sobre la mesa el debate sobre la relevancia del discurso, la estética y el contexto en toda manifestación artística. Especialmente en una producción audiovisual multifacética y versátil que cuando se acerca a la música pop-rock lo hace sin los impedimentos informativos de los medios de comunicación, ni las imposiciones comerciales de la industria discográfica.

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